El infierno está encantador

Antes, entrar a la red era como abrir una puerta prohibida. Sin promesas, sin atajos. Solo caos puro, y entre el caos: humanidad. Foros, BBS, letras en pantalla que ardían con ideas, con furia, con hambre de conexión real. Aquello era sucio, brutal, apasionado. Era verdad chispeando entre líneas mal codificadas.

Hoy pisás la red social como quien pisa un parqué encerado. Todo brilla, todo es amable, todo está diseñado para seducir. Pero no hay nadie ahí. Solo avatares pulidos, una coreografía infinita de vanidades. Sonreímos para no gritar. Bailamos en llamas, editamos el infierno hasta que parece un paraíso.

Nos vendieron filtros, y perdimos el rostro. El algoritmo no premia la autenticidad, premia la pose. El yo que lloraba fue escondido bajo cien capas de contenido. Lo jodido no es la mentira: es que aceptamos el show porque da likes. Porque en la tiranía del ahora, la dopamina ganó. Y la verdad perdió.

Nos domesticaron, sí. Nos enseñaron a confundir conexión con validación. A llamar comunidad a una multitud muda. La pantalla nos devuelve una versión higienizada de nosotros mismos. Y la abrazamos, porque es más fácil que enfrentarnos a lo que somos sin maquillaje.

Esto no era la promesa. Esto era el infierno disfrazado de parque temático. Y bailamos felices entre las ruinas, etiquetando nuestra caída como tendencia. Despierten, porque ya es tarde. Perdimos internet mientras fingíamos saber usarla.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *